Por: Raúl Sotelo L.
«No conozco padres ni familia, vago errante por el mundo…», es su lamento tratando de hurgar el pasado, un pasado que lo atormenta y se pierde en la densa tiniebla que le impide conocer el secreto sin conseguirlo hasta ahora. Se trata del expósito.
Aquella humilde vendedora de golosinas que lo rescató cuando fue abandonado en un parque público, sollozando le responde a su persistente requerimiento por conocer la verdad: «qué quieres que te diga, solo sé que te recogí y te cuide como si fueras mi propio hijo».
Él, envuelve amorosamente con sus brazos a la mujer que le salvó la vida, lo protegió, lo educó, y ahora convertido en un eficiente profesional en el campo de la ingeniería. Agradecido la ha situado en la cúspide de su amor. Es su madre protectora, su madre con diferente sangre que la suya, una madre que no gimió de dolor en el alumbramiento. Pero sí lloró desesperada cuando él enfermó. Es la mujer que recogió la cruz que dejó aquella madre indolente en el césped del parque salpicado por la lluvia.
El dolor de un parto que se atenúa con medicamentos, pasa, pero la grandeza de una noble acción que linda con el sacrificio, perdurará infinitamente.
La vida está saturada de tantas contradicciones humanas. Una mujer sin ningún ápice de amor maternal abandona el fruto de sus relaciones; y otra, se redime con su entrega total a un indefenso ser que no salió de sus entrañas.
Un segundo domingo de mayo fue ocasión para que ellos se confundieran en un enternecedor abrazo, expresándose amor y gratitud. Esta vez la regla que señala «Madre hay una sola», se rompió.
Ahora fueron dos. Una cuyo único mérito fue tener ocupado su vientre por nueve meses, pero echó por la borda su falsa maternidad; y la otra, que cogió aquél fruto dejado en la intemperie. Lo acarició y lo colmó de intensa ternura. Se cubrió de gloria y adquirió una dimensión casi divina.
¡Cómo no amarla! ¡Cómo no exclamar con toda la fuerza acumulada! ¡MADRE!
Mi homenaje y admiración a todas las madres peruanas que hoy, están demostrando su sacrificada y noble misión de atender a su familia en de una severa crisis nacional.
Ningún virus, ningún alcalde, ningún presidente, que no las atendieron económicamente y abandonaron a su suerte, podrán derrotarlas. Ellas, como siempre lo han hecho en la adversidad, no bajarán los brazos de impotencia.
Ser madre, no es un título. Es una bendición.