Por: Raúl Sotelo L.
Cuando el reloj señale las 12 de la noche, el año 2020 habrá llegado a su fin, y, en su silla de ruedas con su balón de oxígeno, entregará la posta al 2021. Para todos es el Año Nuevo, y hay que celebrarlo.
Pero, al despertar los pobladores después de un ruidoso recibimiento al nuevo inquilino del calendario, se darán cuenta que nada ha cambiado, que todo sigue igual. El mismo desorden, la cocina repleta de vajillas sin lavar, restos de comida y licor en la mesa del banquete, el abuelo durmiendo en el sillón. En las calles, el bullicio de siempre, personas con mascarillas que ocultaban sus rostros de preocupación; motores y bocinas de los vehículos en una endemoniada pugna quien originaba más ruido ensordecedor. Es decir, calco y copia del 2020; el mismo año viejo queriendo ahora ser joven.
El covid-19 más que complacido al advertir el desenfreno total de numerosos pasajeros que irían a ocupar su carroza fúnebre. Era Año Nuevo, y tenía que abrirse botellas de licor hasta con los dientes. La mascarilla que los protegía de un contagio, fue a parar al basurero. Para bailar y cantar tal implemento era un obstáculo.
¿Feliz Año Nuevo?, no, no es nuevo ni tampoco es bueno. El tiempo es el mismo, como igual serán las alegrías y desgracias, los triunfos y las derrotas. Seguirán existiendo los que trabajan vía explotación, y, los sinvergüenzas con medallas de autoridad en su insaciable saqueo de las arcas fiscales; o esos energúmenos que obedeciendo órdenes de otros más crueles que ellos, masacran y eliminan a personas que protestan en las calles.
¿Feliz Año Nuevo?, yo diría que es un nuevo año vestido de harapos, y para fingir su miseria, bebé champán con sabor a nada.
UNO VA ARRASTRÁNDOSE ENTRE ESPINAS EN BUSCA DE UN BIENESTAR, DE UNA BUENA SALUD AÚN LEJANA, O DE UN AMOR QUE SE NOS VA.