Con los votos de ocho millones, ochocientos treinta y seis mil, y trescientos ochenta peruanos, entre hombres y mujeres, el ciudadano Pedro Castillo ganó la presidencia de la Republica. Han pasado cuatro meses de su elección, y su alto cargo está ingresando a una especie de cuidados intensivos.
Elevándose por sobre la millonada de sufragantes en las últimas elecciones, y, de las atribuciones del JNE, un insignificante grupito de 87 congresistas le quitará el oxígeno a Castillo. El entrará en coma, y la vacancia presidencial asomará su tétrica cabeza.
Si así ocurriera, el país será como una montaña rusa que luego de subidas y bajadas, terminará descarrilado.
El caos en toda su dimensión. El año viejo no necesitará que lo quemen, el solo se prenderá fuego, y, el año que entra se pesará haber llegado a un lugar donde sus habitantes tienen el hábito del suicidio colectivo.
