Por: Raúl Sotelo Sung
En un reciente discurso El Papa Francisco exhortó a los comunicadores a seguir atestiguando la verdad, yendo a los lugares donde nadie quiere ir ni ver.
«Exhorto a los periodistas y comunicadores a ir y ver, incluso allá en donde nadie quiere ir, y a testimoniar la verdad», expresó Francisco.
En el Perú sabemos los riesgos que significa buscar la verdad para un periodista. Precisamente un 26 de enero se recuerda, la masacre de 8 periodistas y un guía perpetrado en las alturas de Uchuraccay, en la región Ayacucho, hace 38 años en 1983.
El caso Uchuraccay todavía duele porque pese a las explicaciones que se dieron tras largas investigaciones oficiales queda la sensación que no se sabe toda la verdad y que parte de la historia no contada está sepultada en ese lugar.
Confesaron los campesinos que se equivocaron y que confundieron a los periodistas con una columna senderista que se encontraba en la zona para cobrar venganza contra un grupo de ayacuchanos se había rebelado y ajusticiado a varios de sus camaradas que sembraban terror en la zona.
Eduardo de la Piniella, Pedro Sánchez y Félix Gavilán de El Diario de Marka, Jorge Luis Mendívil y Willy Retto de El Observador, Jorge Sedano de La República, Amador García de la revista Oiga y Octavio Infante del diario Noticias de Ayacucho, así como el guía Juan Argumedo y el comunero uchuraccaíno Severino Huáscar Morales fueron asesinados una tarde de enero.
Los periodistas querían contrastar informaciones sobre la violencia se extendía en Ayacucho. Para construir sus historias periodísticas necesitaban no solo la versión oficial. Buscaban la otra cara de la moneda como corresponde a un buen periodista.
Mi llegada a Uchuraccay, 20 años después
Casi 2 décadas después de estos luctuosos sucesos fui asignado para cubrir una comisión periodística en el mismo lugar donde se cometió el asesinato de periodistas que causó conmoción mundial.
Cuando pisé Uchuraccay comprendí lo que podría sentir un cristiano que camina por los estrechos callejones de la antigua Jerusalén para seguir los pasos de Jesús antes de morir en la Cruz.
Ese día tuve que controlar mis emociones. Me encontraba en el Gólgota del periodismo peruano. Pero tenía que cumplir con mi trabajo. Informar en directo para Radio Nacional.
Por eso, cuando desde Lima escuché a través del teléfono satelital: “Adelante con la información”, comencé a narrar y me puse de rodillas para soportar los estragos de los 4 mil metros de altura y el crudo frío que se sentía.
Hoy cuando veo esa fotografía me doy cuenta que con ese acto también les rendía homenaje. Estaba de rodillas en el mismo lugar donde los 8 periodistas habían invocado clemencia a sus verdugos, pedido que nunca llegó.
Descansen en paz, mártires de Uchuraccay.