Por: Raúl Sotelo L.
Es un petizo y regordete ricachón, que se ha empecinado en colocar sus anchas posaderas en el sillón de Pizarro. Tiene casi todo: partido político, mucho dinero, ferrocarril, bienes, amplia publicidad, pero, le falta lo primordial: carisma.
Huérfano de la simpatía pública, aunque regalé llaveros y gorras en carretillas, su suerte estaría echada y sus sueños presidenciables se esfumarían en el aire. Sus asesores, con el temor de perder sus emolumentos, le han señalado que de inmediato cambie radicalmente de personalidad y vestimenta.
Usará lentes oscuros, un largo y ancho gabán (abrigo) que le llegue a los tobillos, un sombrero de ala ancha, y para su defensa personal un pistolón con su cartuchera sobre el pecho. ¿Se imaginan a un chaparro vestido de esta manera?
Con toda seguridad deslumbrará a sus adeptos, y sumará miles de votos a su favor. Su grito de guerra en la campaña electoral será: «Pa’ bravo yo».
Pero tendrán que vigilarlo al milímetro, porque con esa indumentaria como que le da un aspecto de un peligroso hampón de los bajos fondos. Como es «cabeza caliente», podría intentar cometer un atraco, entonces sí se metería en problemas al enfrentarse con un sujeto más avezado que él, y terminaría con una daga dentro.
Pedro, no baja la guardia a pesar que las encuestas no lo favorecen, pero confía que con su nueva personalidad revertirá su magra intención de votos, y en abril, cumplirá el sueño de su vida: ser presidente del Sindicato de Servidores de Limpieza del Palacio de Gobierno.
Yo votaré por él. Se lo merece.