Por: Raúl Sotelo L.
Antes se decía que, cuando los malhechores asediaban a la población, vivían «a salto de mata», evitando ser cogidos y enviados a prisión. Hoy, los que buscan seguridad y caminan temerosos para no ser asaltados y despojados de sus pertenencias, somos nosotros. Prácticamente los delincuentes han ganado las calles para cometer sus fechorías. Casi nada vale el incremento de efectivos policiales, patrulleros, motocicletas, y últimamente bicicletas para detener los robos y crímenes que suceden a diario
Ni en nuestros domicilios estamos a salvo.
Sin embargo, como si fuera un oasis dentro de esta vorágine de violencia que nos envuelve a todos, es lo que se siente y se respira al interior de un templo cristiano. En este ambiente apacible, existe amistad, sinceridad, cariño, empatía, ganas de exclamar: «qué bien me siento aquí». Personas que nunca conociste te extienden la mano con tanta efusividad.
En lugar de un arma apuntándote, te entregan una Biblia. En vez de amenazas e improperios, escuchas alabanzas y peticiones para que se recuperen los enfermos. Es decir, un rincón donde aflora lo positivo de un auténtico ser humano creado por Dios. Que te digan «hermano» sin conocerte, es el puente que te invita pasar del fango exterior a la paz espiritual.
Una dama se aproximó al término del oficio religioso, y me dijo: «Don Raúl, me alegra mucho que esté recuperado.
-Soy Lucy, quien atendió a su esposa doña Luisa.
Impactado por este noble gesto me estremecí emocionalmente, y solo atiné a tomarle sus manos y apretarlas fuertemente. Días antes, en este mismo recinto, se había orado por mi salud.
De la mano con mi hija Miriam salí a la calle, miré a mi alrededor, y sentí temor que alguien podía interceptarnos y cogernos violentamente.
Simplemente había reingresado al mundo habitual lleno de peligros, y, adoptar las precauciones del caso. Una de ellas, vivir ‘a salto de mata».
