Por: Raúl Sotelo L.
El candidato Rafael Santos, no acudió al debate presidencial a proponer planes de gobierno, sino a indisponer a sus contrincantes. Con su arsenal cargado se las emprendió contra Lescano, Salaverry y Guzmán que estaban a su derecha, pero no disparo a su tocayo Rafael López Aliaga, camuflado a su izquierda. Un esquema de posiciones que encajaba en su táctica de ataque.
Es evidente que Santos fue el muñeco del gordito ventrílocuo que presume de millonario ferroviario. Acusó en nombre del candidato de Renovación Popular, apuntando a Lescano, Salaverry y Guzmán. Su intención era empaparlos de barro maloliente.
Santos, que ocupa los últimos vagones de la preferencia de los votantes del 11 de este mes, no tenía nada que perder; por eso quemó sus últimos cartuchos contra los que pueden echar por tierra las aspiraciones de Rafael López Aliaga.
Él (Santos), dice que representa la sangre nueva en la política peruana, pero se comportó como un bravucón guardaespaldas de la guardia vieja.
Eso sí, se olvidó de mostrar su cachiporra como señal de amedrentamiento.