Por: Raúl Sotelo L. (El Comunicador)
Ante el deceso de Abimael Guzmán, la clase política y empresarial, el coro de su prensa y opinólogos adictos, han aclamado ruidosamente «muerto el perro muerta la rabia».
Nuestro país está dividido en dos bandos irreconciliables desde hace siglos. Los que manejan la economía, el poder, la justicia (ciega), y la fuerza de los tanques; suponen erradamente que la rabia, o sea la ideología de Sendero Luminoso ha desaparecido junto con su cabecilla.
Pero no, esa rabia no es eso, es la rabia que sentimos los desprotegidos de siempre, los marginados en todos los campos, los que no logran la justicia anhelada no porque no la merecen sino por falta de dinero para defenderse; los que somos señalados como «serranos, negros y cholos de mier…»
Morirán muchos perros más, pero la rabia de los auténticos peruanos con P de patria, seguirá latente como un grito de protesta ante el vasallaje de aquellos que se creen superiores únicamente por el claro color de su pellejo y su dinero allí arrimado en sus bóvedas.
Pero al final de esta novela llamada vida, todos, ellos y nosotros, descenderemos al fondo de la fosa con la misma vestidura.
Allí recién se acaba la rabia.