Por: Raúl Sotelo L.
Nuestros hogares de antaño fueron las universidades donde nos graduamos de profesionales en el arte de practicar los valores humanos dictados con suma rigurosidad por nuestros padres.
Estas eran, entre otras las reglas elementales: saludar extendiendo la mano a cuántas personas había en casa al momento de ingresar; ceder el asiento y el paso por la vereda a las mujeres y personas mayores; agradecer por los alimentos consumidos durante el día; la no intervención en la conversación de los de más edad, a no ser que te lo ha autoricen.
¿Jamás olvidaré la severa advertencia de mi madre “Cuándo te llamé y no me hayas entendido, dirás “Que dice usted mamá?»
La educación y el respeto se ponía de manifiesto cuando se pretendía bailar con la jovencita de nuestra preferencia. Se pedía el permiso correspondiente al padre o la madre. Si estabas con el vestido limpio y planchado, zapatos al duco, y el buen peinado con su respectiva raya, de seguro conseguías el anhelado permiso.
En una oportunidad cuando se compartía una cena familiar, mi madre y abuela se disculparon y salieron. Mi padre se puso de pie de inmediato y con su fuerte mirada nos hizo entender que también hiciéramos lo mismo. Era una demostración de cariño y respeto a la mujer.
Fueron otros tiempos que dejaron huellas en nuestras conductas, ahora trasmitidas a nuestros hijos y nietos. Sin embargo, esos valores se perderán en la bruma del tiempo, y esa generación de hombres y mujeres que los asimilaron y pusieron en práctica, también se extinguirá. Duele decirlo, pero ya el mundo no será lo mismo.
Otrosí digo: hablando de buena educación y el buen compartimiento, tengo la esperanza que el presidente de la República, tenga un momento de lucidez y se despoje de su sombrero cuando ubicado en el podio de la Organización de las Naciones Unidas, emita su mensaje
Si es todo un caballero ante las damas presentes, sí que lo hará.
