En un partido para al olvido, Perú no pudo con la categoría impuesta por Argentina, selección a la que le bastó solo una jugada de presión para romper el orden de la defensa blanquirroja y marcar el 1-0 que sepulta las esperanzas de una nueva Copa Mundial.
La selección peruana cae nuevamente de visita y eclipsa el gran partido contra Chile con el que inició esta fecha triple. Y aunque hay errores puntuales en los dos últimos partidos (la pérdida del balón de Cueva frente a Bolivia y el penal errado hoy por Yotún contra Argentina), resulta ocioso señalar ‘villanos’ cuando enfrentamos al campeón de América con 7 lesionados.
Desde el inicio del encuentro, Perú apeló a una marca disciplinada y a un sacrificio notorio para igualar el estado físico de los argentinos, cuya presión hacía fallar los pases de Christian Cueva y Raziel García, quienes normalmente no fallan en una simple asistencia.
Y aunque el reloj susurraba al oído al aficionado peruano que se acababa el primer tiempo y las tablas no era, al fin y al cabo, un mal negocio, Lautaro Martínez se encargó de gritarle a los peruanos, a los 43 minutos, que el campeón de América lleva los colores de Maradona.
Farfán y el penal de Yotún
Nadie puede negar que los últimos partidos de Paolo Guerrero evidencian que los años no pasan en vano. Su reemplazo, el ítalo peruano Gianluca Lapadula, tampoco puede acabar un partido completo. Y el reemplazo de este, un héroe deportivo, qué duda cabe, es el también veterano Jefferson Farfán quien, en un arranque por el sector izquierdo, forzó un penal que nos hizo pensar el empate llegaría.
Al frente, el cuco: Damián Emiliano Martínez. Vaya primer nombre. Aquel arquero que hizo del colombiano Yerri Mina (1,95 metros) un adolescente con temblorosas piernas. Farfán lo sabía y fingió más dolor del que sentía para evitar la enorme responsabilidad de patear el penal, como el más experimentado del grupo. En su lugar, Yotún. Falló, claro.
El partido sucumbió con la enorme realidad sobre la cancha: Perú no tiene figuras y menos un equipo. Entonces, ¿aún podemos clasificar? La respuesta, para variar, está en una calculadora.